Tropezó una noche con un reflejo que le miraba desde el otro lado de un escaparate de ropa de diseño. ¿Qué miras con esa cara de prepotencia?- habló el reflejo- ¿por qué crees que eres mejor que yo o que cualquiera? ¿qué has hecho en la vida para merecer eso?
- Al menos yo no vivo en un escaparate ridículo de ropas ridículas que nadie utiliza si no es para llamar la atención. Quizá sea eso lo que pretendes, llamar la atención.
- Si eso fuera lo que intento, podría decirse que lo he conseguido, he captado tu atención. Pero te equivocas, no pretendo nada. Tú te has parado frente a mí y me has insultado con tu mirada de superioridad. Yo solo me gano la vida, como puedo, como casi todo el mundo, y me siento orgulloso por ello. ¿Qué haces tú para ganarte la vida? Mentir y robar finamente a las personas que confían en ti. Supongo que esos no eran tus planes cuando tenías mi edad, pero en algún momento de tu vida, te desviaste del camino.
- ¿Qué sabes tú de mi? ¿Cómo te atreves a juzgarme sin conocerme?
- No hace falta ser ingeniero. Te has parado a hablar con un escaparate, con un reflejo, y aún no te has dado cuenta de que lo que ves, es tu propio reflejo. Te estás reprochando a ti mismo porque la fin has aceptado ver lo que todos ven.
Decidió que aquello no podía estar pasando, golpeó el cristal y vio como aquella imagen se transformaba levemente, mismo rostro, más arrugas, más tristeza y mucha arrogancia. Lo más notable era la mirada, ya no era la de un joven orgulloso, era la de un viejo triste y amargado. Así, tragó su amargura y aferrando su viejo maletín de cuero volvió a su enorme mansión vacía de personas y llena de soledad.
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