
Mientras caminaba me di cuenta de lo insignificante que es mi vida.
Fue un solo instante, acaso un segundo y esa sensación de vacío que todos sentimos alguna vez inundó todo mi cuerpo.
Miré a mi alrededor y observe la belleza, la vida que palpitaba ante mis ojos.
El viento movía las hojas del otoño recién estrenado formando remolinos que se erguían desafiantes; impulsados por la magia, los árboles agitaban sus brazos en un baile frenético mientras la verde hierba hondeaba al son de la misma sinfonía que oyen las olas del mar.
Aves y mariposas en una danza macabra por la supervivencia y a lo lejos, el sol del ocaso.
Ese sol siempre poderoso e inalcanzable que nos muestra cuán insignificantes somos y cuán bella es la vida que nos rodea.