14 jun 2007

Yo solo era una niña, y el mar, un sueño lejano que se difuminaba en las oscuras noches de inmensa soledad y silencio.
El cuerpo tumbado en la arena, los brazos extendidos hacia el cielo. Todo en vano. La Luna, altiva desde su pedestal de estrellas se burlaba con una mueca. Jamás llegaré a rozar si quiera su bello rostro, el resplandor que iluminaba pálidamente la cárcel con barrotes de tallos de rosas, repletos de espinas doradas, que me impedía ver los pétalos, las flores, la luz.
Yo solo era una niña que se sentía encerrada, atrapada en un mundo incomprensible, lleno de gigantes e impostores, de mentiras y miedos. En cada esquina, oculto, esperando el momento de engullirme hacia la profundidad de un laberinto, un monstruo acechaba mi cuerpo, que no mi alma.
Y yo deseaba salir volando por aquella diminuta ventana, y viajar, y sentirme libre.
Yo solo era una niña cuando aquellas voces sin rostro me condujeron a aquel lugar lleno de odio. Y mis pequeñas manos no podían derribar sus muros. Mis pupilas se dilataban, intentaban que mis ojos vieran quien había delante de mí, pero todo era un borrón, un absurdo borrón que producía mucho ruido. Me sentía incapaz de comprender lo que ocurría a mi alrededor.
Ahora me pregunto si durante todo aquel tiempo, en realidad, no estuve yo en el mismo infierno. No puedo recordar como salí de él. Tampoco estoy segura de haber salido, pero hace tiempo cesaron los golpes y los gritos. Hace tiempo alguien vino, tal vez enviado del cielo y se llevó la mancha de sangre que quedó en la alfombra el día que se llevaron a mi madre. Sus ojos brillaban mientras salía por la puerta. Comprendí que no volvería a verla, estaba para siempre condenada a vivir con el monstruo. Mi cuerpo le pertenecía, ahora más que nunca, todo lo demás, todo lo que yo era, se había ido marchitando, enredándose en jirones entre los tallos espinosos de las rosas.
No se como he llegado aquí, ni quien me trajo. Ahora lo que me ciega es la luz, una luz potente que se dirige a mí con dureza, sin descanso. Tal vez, desde allí arriba, mi madre me está indicando el camino hacia la libertad, tal vez fue ella la que me susurró al oído: “Abandona tu cuerpo y serás libre, dejarás de sentir el dolor y el miedo que te llenan los ojos de lágrimas. Abandona tu cuerpo y él jamás podrá tenerte”.
Hace tiempo que vi mi cuerpo tendido en el suelo, junto a una pared cubierta de rojo. El ruido dio paso al silencio y a esta luz que día tras día, segundo tras segundo, penetra a través de mis ojos y me impide soñar con el mar, con la arena y con la luna. Me mantiene despierta en un mundo desconocido donde las voces dejaron de gritar, ahora solo oigo susurros, y a veces, una suave música de fondo, como si estuviera dentro de una cajita de música con una de esas bailarinas que no cesan de girar.


Musica: Suzzane Vega - Luka


1 comentario:

Pola dijo...

intenso todo!